VLR VLR - Comunicación Alternativa

Apagá la Tribu y hacé tu radio

Colectivo La Tribu – 20 de febrero de 2007.

La Tribu nació cuando las crónicas periodísticas y los libros de moda sostenían el “fin de la historia”, cuando la caída de los llamados “socialismos reales” era asimilada a la desaparición de toda forma de vida que no fuera capitalista. El Muro había sido derribado, el sandinismo perdía las elecciones y, en la Argentina, comenzaba el menemismo que más que dos períodos presidenciales fue una cultura, una manera de vivir. Era 1989 y, en Buenos Aires, millones de habitantes creían estar aterrizando en el “Primer Mundo”, listos para disfrutar sin mirar atrás. El estado se convertía en la oficina administrativa de capitales y negocios, los supermercados parecían tiendas de aeropuerto con chocolates suizos, perfumes franceses y computadoras japonesas, mientras la mayor parte de los argentinos trataba de aferrarse a los restos de una vida digna que se alejaba cada vez más. Mientras, el discurso del fin de la historia nos invadía, persistían, y se profundizaban, las desigualdades; la izquierda partidaria caminaba por los márgenes de la política; la esperanza, de que la llegada de la democracia haría de nuestro país un lugar justo, comenzaba a desvanecerse; y los medios de comunicación empezaban a ser la gran empresa y, también, el más poderoso agente cultural de la época.

En ese momento, fundamos La Tribu: “una radio no colonizada”, “el último refugio del Tercer Mundo”, como decían nuestras señales. Un refugio de voces que querían decir lo que no se escuchaba, de oídos que querían otras músicas, de personas que nunca creyeron eso de que la historia se había terminado. La programación de la radio era entonces una vorágine de discursos enojados, divertidos, desarmados, riesgosos y declamativos. La organización de La Tribu era entonces una suma de buenas voluntades sin modelos a los que mirar a la hora de tomar decisiones sobre cómo organizarse o cómo pagar el alquiler. Como en el inicio de cada resistencia,

en el comienzo fue el grito. Para decir “no” al mundo que nos rodeaba, para decir “queremos otra manera de vivir”. Poco tiempo después, empezaron las preguntas: ¿alguien estará escuchando del otro lado?, ¿cómo construimos un proyecto con continuidad, un proyecto que pueda tener consecuencias?, ¿cómo superamos el activismo de la supervivencia?, ¿cómo somos coherentes internamente con el discurso que declamamos al aire?

En Buenos Aires, como en cada ciudad del planeta, la posibilidad de contar la historia de algunos es el silencio de muchos, la fiesta del capital es la oscuridad de miles de vidas. Frente a eso, o mejor dicho, en el medio de eso, hombres y mujeres dicen “no”, con palabras y con acciones intentan cambiar las relaciones para hacer del mundo un lugar de vidas dignas. La Tribu nació y vive como un espacio que dice “no”. No queremos desigualdades, no queremos oyentes, no queremos mercancías, no queremos jerarquías y no queremos “disciplinamientos”. La Tribu es un proyecto político en tanto entendemos la política como toda acción que se produce en un espacio en donde se juega la reproducción o la transformación de las relaciones de dominación y de desigualdad. Por lo tanto, no concebimos la radio como un altoparlante, como una simple herramienta de distribución de discursos. La radio no es para nosotros un micrófono por el que unos hablan y otros escuchan, porque ahí también, así también, se reproduce una desigualdad. Si la comunicación es diálogo, la radio no puede negar la posibilidad de las respuestas, la radio no puede convertirse en canal de distribución de un discurso, de un sonido, cerrado, opaco y de intenciones ocultas. Por eso, decimos que no queremos oyentes y por eso decimos “Apagá La Tribu y hacé tu radio”.

TRIBU DE TRIBUS

Entonces, ¿cómo construir un medio de comunicación que no reproduzca la brecha entre emisores y receptores propia de los medios de comunicación hegemónicos? En ese sentido, nuestras prácticas se han orientado a discutir y repensar permanentemente el lugar del emisor. ¿Quién habla? ¿Por qué habla? Y no sólo con palabras, sino también con músicas, con sonidos y con silencios. Así, diseñamos una programación en la que confluyen actores sociales que buscan la construcción de una sociedad justa económica, social y culturalmente.

Apagá La Tribu

En el plano radiofónico, el aire de la radio, esta decisión ha adquirido formas de realización diferentes en estos años como sucesivos intentos de resolver las tensiones, o los problemas que acarrea. Uno de esos desafíos es que la programación no aparezca como una sucesión de fragmentos: a un programa que trata la actualidad desde una perspectiva de izquierda le sucede uno de un organismo de derechos humanos y a éste un programa de músicos independientes. Al abrir el lugar de la emisión, al construir un espacio radiofónico en el que los emisores son colectivos y múltiples, el riesgo siempre ha sido que para el que escucha la radio, La Tribu sea una sucesión de fragmentos. Es decir, aparece la pregunta sobre cómo articular esa multiplicidad de voces y propuestas radiofónicas en un todo coherente.

Actualmente, la programación de La Tribu está integrada por cincuenta y cinco programas -algunos diarios, otros semanales- y varias propuestas radiofónicas que atraviesan la programación, que se cuelan entre un programa y otro.

Derechos humanos, movimientos sociales y el análisis de la realidad desde nuestra perspectiva son algunas de las principales líneas de producción. A la agenda política se suman información sobre las alternativas culturales de Buenos Aires, la participación de los oyentes y el móvil de exteriores recorriendo la ciudad para sumar al aire de la radio los hechos, las voces, los reclamos y los encuentros que cada mañana pueblan las calles.

La tarde es momento de “rock”, de músicos independientes y de propuestas culturales que parecen escondidas en la gran Buenos Aires, pero que buenos conocedores pueden multiplicar. Recitales en vivo en el estudio, entrevistas, agenda en la que se cruzan las propuestas musicales, los proyectos culturales, las experiencias de autogestión con una mirada de la producción cultural independiente.

Seguimos eligiendo el desafío de construir una radio colectiva, una radio con una agenda informativa, musical, cultural armada por un conjunto de hombres, mujeres, jóvenes, niños y grupos que confluyen en sus búsquedas, en sus luchas y en sus deseos. Sabemos también que la construcción es permanente y que solo será posible como emergencia de un diálogo. “Y no había un murallón como límite que indicara dónde están los que Escuchan, dónde están los que Hacen. La Tribu me permitió no creer en los límites, como cosas indiscutibles dictadas por alguien que nunca es uno. Los oyentes podemos saltar la línea y estar de acá y de allá también”. A pesar de estas palabras de una compañera que primero fue oyente, pensamos que todavía queda mucho por hacer en nuestras relaciones con la comunidad, con los distintos actores sociales y con las personas que todos los días sintonizan el 88.7 del dial.

Al mismo tiempo, aparece un segundo elemento vinculado con la construcción de un espacio de comunicación alternativa. Así como discutimos quién habla, discutimos cómo se habla. El lenguaje radiofónico, como todos los lenguajes, también es un espacio de construcción, de disputas y de búsquedas. Intentamos generar un lenguaje-sonido que exprese nuestras convicciones, un lenguaje propio que sea nuestra manera de decir el mundo, nuestra manera de nombrar las cosas y sus relaciones. Un sonido que pueda invadir lo real para nombrarlo, resignificarlo, discutirlo y cambiarlo. Un sonido que rompa las seguridades acústicas, un sonido que no genere la costumbre de escuchar, de sólo escuchar. Entonces, los formatos, los géneros y los elementos del lenguaje son también el terreno de una exploración política y artística cuyo ideal es hacer del espacio radiofónico, también, el espacio de una fiesta, el espacio de una palabra que es lucha pero también es danza.

En este plano, aparece el problema de la inteligibilidad de ese lenguaje. Discusiones sobre si debemos ser herméticos o pedagógicos, explícitos, testimoniales, experimentales, oscuros, claros, serios, graciosos, irónicos, argumentativos, gritones o susurrantes. Hasta el momento, hemos sido todo eso a la vez, concientes de la trampa tanto de hablar únicamente para los que piensan igual que nosotros, como de hacer de la radio un puro espectáculo pluralista.

El horizonte de La Tribu, como proyecto en su dimensión comunicacional, es la constitución colectiva de un gran relato construido de lenguajes, preguntas, intentos de respuestas, identidades, voces diferentes pero articulados. Nuestra programación radiofónica es, sobre todo, una manera de ver el mundo, de iluminar algunas partes de nuestra cotidianeidad que parecen naturales, en la que la manera de enunciar, de interrogar y de contar es también una búsqueda.

NO SÓLO DE RADIO VIVE EL HOMBRE, NI LA MUJER

Más allá de un tipo de programación o de cierto lenguaje, las radios alternativas somos nuestras consecuencias. Es decir, miramos las consecuencias políticas, sociales y culturales que determinadas construcciones, desatadas por un proyecto de comunicación, tienen o no en un tiempo y en un espacio social. Consecuencias que se dan en un campo que excede lo estrictamente radiofónico, que desborda lo radiofónico, que se realiza en tanto se producen articulaciones sociales que permiten potenciar las acciones de los colectivos, grupos y organizaciones. La Tribu se inserta en los intentos de articular lo que en nuestras sociedades aparece fragmentado. Ya sea desde lo radiofónico como desde otros espacios de encuentro, producción e intercambio que hemos creado en los últimos diez años.

Estos espacios de producción e intercambio no son un “accesorio” del proyecto radial. Como resultado de la decisión colectiva de articular medios/ comunicación/ cultura en tantos ámbitos de construcción que no pueden pensarse de manera aislada, La Tribu despliega una serie de iniciativas de intervención vinculadas con la generación de saberes propios en base a nuestras experiencias y a las de las radios comunitarias en general, la construcción de un espacio de producción y circulación cultural -musical, teatral, audiovisual, editorial- y la participación activa en las redes de radios comunitarias y en las redes metropolitanas conformadas por múltiples actores sociales. La radio, el centro de capacitación y producción, el espacio cultural, las ediciones y la puesta en marcha de proyectos o iniciativas con otras organizaciones son hoy las principales líneas de trabajo de La Tribu.

El Centro de Capacitación y Producción brinda talleres y seminarios de producción radiofónica, operación técnica, edición digital, locución, gestión y comunicación alternativa para radios comunitarias, otras organizaciones, productoras y productores de La Tribu y la comunidad en general. Con el Centro de Capacitación y Producción, nos proponemos multiplicar herramientas que contribuyan a que cada vez más personas en más lugares del mundo dejen de ser consumidores de los medios para convertirse en sus protagonistas y generar, junto con otros, saberes, análisis, textos, ideas, reflexiones, preguntas y nuevos caminos para la construcción de la comunicación que queremos.

El Espacio Cultural es una feria. Feria de artistas que cuelgan sus imágenes, de videastas que hacen a los ojos permanecer sobre la pantalla. Feria de fiestas que terminan – o empiezan- cada 31 de diciembre bailando en la calle con cuatro mil personas. Feria de escritores que presentan libros que circulan. Feria de encuentros entre vecinos, de la murga que ensaya para el próximo carnaval, de lectores de nuestra biblioteca, de los discos de música independiente que editamos, del café con medialunas de nuestras tardes, de una charla sobre qué es la comunicación alternativa en estos, nuestros, tiempos.

NUESTRA CONVIVENCIA

La radio no es únicamente, por supuesto, los sonidos que por ella se emiten. Es también una organización, una forma de trabajo colectivo que tiene que generar condiciones de autonomía política y económica. Es decir, nos proponemos construir una organización basada en las convicciones que tenemos y, al mismo tiempo, eficaz; un proyecto que pueda superar la necesidad de la supervivencia para extender nuestros propios límites. En este sentido, aparece la pregunta por cuál es la manera de gestionar un proyecto de estas características. Todos los caminos que encontramos, en estos años, son colectivos.

Colectivos no quiere decir falsamente democráticos, ni quiere decir producto de un “asambleísmo” permanente. Necesitamos tanto un modo de organizarnos democrático como una organización que pueda cumplir con los objetivos que nos proponemos. Buscar y construir ese equilibrio supone estar atentos a ciertos riesgos. Por un lado, el riesgo de que la buscada eficacia se traduzca en centralismo o en cierta burocratización, que el peso de la cotidianidad, del sostenimiento, de la necesidad de garantizar un funcionamiento ordenado termine por vaciarnos de política. Por otro lado, el riesgo de que la participación sin dirección, sin prioridades y sin tiempos nos convierta en un espacio de muchas discusiones y pocas acciones o conduzca a que, mientras muchos discuten, pocos se tienen que ocupar de garantizar que la radio esté al aire todos los días.

Colectivos significa para nosotros comprender la alternatividad como un proceso de construcción en cuatro dimensiones: el proyecto político cultural, el proyecto comunicacional y las dimensiones económicas y organizativas. Ninguna de estas dimensiones es inseparable de las otras y creemos que no se puede ser alternativo o popular o democrático en una sola de ellas. Es decir, “ser alternativos” no se reduce a la multiplicación de un discurso ideológico o a una artística revolucionaria. Queremos que La Tribu sea una inteligencia colectiva, un espacio de trabajo y producción que potencie las individualidades y que pueda pensar y hacer el proyecto en todas sus dimensiones. Un espacio en donde podamos construir para nosotros mismos las relaciones que decimos que queremos para la sociedad.

El colectivo inicial de La Tribu se concentró en el desarrollo de la radio. A medida que fueron apareciendo nuevas zonas de trabajo e intervención, fuimos conformando grupos de trabajo que pudieran desarrollarlas con autonomía, en el marco del proyecto en general. Después de un proceso de discusión, conformamos una organización integrada por un espacio de dirección y coordinación general y por áreas y unidades de gestión.

En los espacios de dirección y coordinación, se discuten y acuerdan las decisiones políticas, comunicacionales, económicas y organizacionales generales, las líneas de desarrollo de La Tribu como proyecto integral, los planes de cada año y los nuevos proyectos.

Las áreas son espacios de trabajo, de dirección, discusión y acción en cada una de esas líneas: la radio, el centro de capacitación y producción, el espacio cultural (auditorio- bar- biblioteca), la gestión económica, los proyectos, la comunicación institucional, el mantenimiento y desarrollo técnico. Estas áreas funcionan con autonomía relativa. Es decir, en base a los acuerdos generales del colectivo, cada una de ellas elabora sus planes, proyectos, objetivos y modos de construcción y toma decisiones.

Cuando el desarrollo de las áreas lo requiere, se forman unidades de gestión o grupos de trabajo específicos que se concentran en la realización de líneas, proyectos o actividades puntuales: la cobertura de las elecciones, un proyecto de capacitación, la edición de un libro o la fiesta de fin de año.

Con el tiempo, y el trabajo, las áreas van construyendo la manera más adecuada de organizarse internamente. En este sentido, el área de mayor desarrollo y complejidad es la radio. No sólo por ser la más antigua sino también, y sobre todo, porque la radio es el centro y al mismo tiempo el motor del proyecto. La radio tiene su propia dirección, un colectivo integrado por seis compañeros y compañeras que se reúne semanalmente. Cada uno de los programas está producido por colectivos que tienen su propio funcionamiento y que en total suman unas trescientas personas. Todos estos grupos se encuentran una vez por mes, en las reuniones de programas, para intercambiar sobre la programación de La Tribu en sus múltiples aspectos.

Para que esta estructura en áreas y unidades de gestión no conduzca a cierta fragmentación, en la que cada área se concentre demasiado en sus propias líneas, perdiendo de vista la globalidad del proyecto, es necesario mantener la mirada atenta en algunas cuestiones. Por un lado, en la participación de todos los integrantes de La Tribu en por lo menos un colectivo. Es decir, que nadie esté vinculado a La Tribu sólo para la resolución de una tarea puntual, sin ser parte integral de las discusiones y decisiones sobre el proyecto en todos sus aspectos. Por otro lado, que las decisiones de las áreas estén enmarcadas en las líneas generales acordadas colectivamente. Es decir, que la autonomía de cada uno dialogue con el colectivo. Por esta razón, todos los y las coordinadores de las áreas integran el espacio de dirección y coordinación.

LAS ALCANCÍAS NO ALCANZAN

La inicial idea del refugio también nos marcó en un sentido económico. Insertos en un sistema capitalista, insertos en relaciones en las que prima la lógica de la mercancía, hacer de La Tribu un proyecto sostenible económicamente también era, y sigue siendo, el desafío de mostrar que se pueden construir y sostener proyectos basados en otros valores, con una lógica económica solidaria y justa.

Los proyectos sin fines de lucro pueden ser sostenibles y desarrollarse, pueden sostenerse a sí mismos y ser el lugar de trabajo de muchos. Además de ser un proyecto político y comunicacional, somos un proyecto con una dimensión económica. Por necesidad y también por la voluntad política creamos una lógica económica colectiva, solidaria y también eficaz. Porque queremos que también, en este ámbito, el funcionamiento interno refleje nuestra visión alternativa de la sociedad.

En este punto, tampoco teníamos modelos. Hace catorce años, la radio era un nombre, una frecuencia asaltada y una emisora clandestina que ni siquiera tenía el equipamiento técnico necesario. Los primeros meses apelamos a las colaboraciones voluntarias de los que participábamos de la radio, a los seis meses la alcancía que habíamos puesto en el estudio estaba vacía. Fue el momento de empezar a pensar seriamente cómo financiar el proyecto, cómo diseñar la sostenibilidad de La Tribu.

La gestión económica, la generación de recursos y la administración, deben ser, en proyectos de estas características, una responsabilidad colectiva, una dimensión presente en las decisiones que todos tomamos y los sueños que todos tenemos. En este sentido, la dimensión económica debería atravesar las prácticas de todos los que somos La Tribu. A veces lo logramos, otras no tanto. En los últimos años, hemos construido mayores niveles de corresponsabilidad en la gestión económica, aunque todavía nos falta un largo camino.

Por supuesto, este crecimiento corresponde con la apertura de otras dimensiones del proyecto. Es decir, es poco probable que en una organización centralizada, haya una extendida conciencia de la responsabilidad por el sostenimiento económico. Nuestra experiencia nos muestra que, a medida que los colectivos se van consolidando, la gestión económica va siendo una tarea de todos; en las buenas y en las malas. Esto nos ha permitido tomar decisiones sobre fuentes de financiamiento que nos posibilitaron crecer y también que en momentos difíciles hayamos podido encontrar las decisiones más justas para todos.

Como lógica económica, el horizonte es generar fuentes de financiamiento múltiples que nos permitan no depender de ninguna de ellas en particular. De esta manera, hoy La Tribu se financia con los aportes de las producciones independientes, la publicidad, las actividades culturales, las actividades de capacitación, la cooperación internacional, fiestas, la venta de libros y discos, los canjes y el bar. Como parte de estas definiciones promovemos que cada una de las áreas y de los espacios de trabajo sean autosostenibles, aunque la administración está centralizada y los salarios se arman con los mismos criterios en todos los espacios de la casa independientemente de los ingresos que el área genere. Es decir, si la radio genera menos ingresos que el centro de capacitación, eso no supone que los operadores cobren menos que los capacitadores.

El autosostenimiento económico no es un milagro. Se hace con horas de discusión y con decisiones adecuadas en el momento adecuado, con el análisis de las condiciones presentes y las que deseamos. Y, fundamentalmente, se hace con el trabajo de todos nosotros. La Tribu no sería posible sin la prepotencia del trabajo. Sin la convicción de que es tan importante conseguir una buena publicidad o gestionar el financiamiento para un nuevo proyecto como conseguir discos gratis o invitar a todos nuestros amigos a la próxima fiesta.

CADA TANTO HAY QUE SALTAR

En los comienzos, no teníamos certezas pero sí algunas convicciones. Una de ellas era, es, la coherencia entre nuestro discurso y nuestras prácticas, la voluntad política de construir nuestras propias maneras de relacionarnos y de organizarnos para el trabajo. No teníamos modelos que imitar, o no queríamos imitar los modelos que teníamos, y sabíamos que construir una organización democrática implica la tarea de modificarnos permanentemente para superar las contradicciones que aparecen entre lo individual y lo colectivo, entre los deseos de cada uno y las necesidades del proyecto, entre lo que necesitamos para vivir y las condiciones económicas de La Tribu.

Los primeros años de La Tribu estuvieron estrechamente ligados con el grupo de fundadores que acordaron objetivos y tomaron decisiones. Este liderazgo inicial tuvo muchas consecuencias buenas para el desarrollo del proyecto hasta que algunos rasgos de centralismo, de concentración de la información y de las decisiones, empezaron a convertirse en un límite para nuestro crecimiento.

La “refundación” tuvo como objetivo democratizar la gestión y, por lo tanto, democratizar el proyecto. Fue un proceso por momentos planificado, por momentos caótico, de discusión interna sobre los objetivos políticos de La Tribu y sobre nuestra organización. Nos propusimos abrir la historia del proyecto. Hacer de este espacio, otra vez, un proyecto que pueda ser soñado, pensado y vivido por muchos. Un proyecto que pueda integrar las singularidades de cada uno.

Algunos caminan, otros corren, algunos hablan mucho, otros se enojan fácilmente, unos hacen listas interminables de cosas que hay que hacer, otros desarman con una frase todo lo que venimos haciendo, algunos tienen certezas, otros preguntas, algunos hablan del estado de las relaciones de fuerza en la sociedad y otros de la búsqueda de nuevos lenguajes. Con los mismos valores en el cuerpo y con historias de vida diferentes, nos encontramos tratando de articular generaciones, experiencias de militancia, géneros, preocupaciones e intereses.

Después de año y medio de discusiones, el resultado más fuerte se expresó en el cambio de algunas estructuras de funcionamiento. Definimos líneas estratégicas y surgieron nuevas maneras de gestión: la estructura en áreas y unidades de gestión, espacios de discusión y toma de decisiones más amplios, una nueva política salarial y de trabajo voluntario. La refundación consistió centralmente en el armado de una organización basada en el equilibrio entre eficacia y participación y en la socialización de la propiedad del proyecto.

Sin este proceso, no seríamos lo que somos. Sin este proceso, La Tribu no sería hoy un espacio de intervención en el campo medios/ comunicación/ cultura. No lo seríamos, porque ningún proyecto crece en su capacidad de generar consecuencias en su realidad, si se lo guarda entre las pocas paredes de unas pocas oficinas, se lo limita a las ideas de unas pocas personas o se lo conserva en un documento para que nadie lo toque demasiado. Nuestros proyectos viven si se abren, crecen si se les hace espacio, son convincentes si los dejamos dudar de sí mismos, se multiplican si las pasiones políticas los arrastran aunque a veces no sepamos bien hacia dónde. La construcción de una organización como La Tribu es permanente. Los cambios en nuestra sociedad, alcanzar algunas de las metas que nos propusimos, el diseño de nuevos objetivos, la incorporación de nuevos compañeros, la situación económica del proyecto son algunos de los elementos que hacen que La Tribu nunca pueda ser una organización estanca, determinada de una vez y para siempre. Cambia la realidad, cambiamos nosotros, y por lo tanto las discusiones y la necesidad de revisar nuestras relaciones son un proceso permanente.

Nos estamos discutiendo, pero en estos años hemos construido una perspectiva sobre la gestión que es el marco de nuestras relaciones organizacionales. No queremos reproducir al interior del proyecto, la división entre las instancias de decisión y las de acción, entre las ideas y las tareas, no queremos roles fosilizados, no queremos especialistas. En este sentido, promovemos la rotación de los roles y, de esta manera, la radio tuvo en estos catorce años tres directores. Cuando cambian las personas, cambian los estilos y aparecen nuevas ideas. Tratamos de que en La Tribu no haya personas imprescindibles.

A veces se logra, otras no. Pero nos proponemos que los roles se socialicen, que cada uno pueda asumir sus responsabilidades con el apoyo del colectivo, para que podamos acompañarnos y compartir las experiencias y las trayectorias de cada uno, para poder remplazarnos entre nosotros, para aprender y crear, para poder hacer las cosas que hay que hacer y para poder también cambiar las maneras y las cosas cuando los tiempos se cumplen, los problemas cambian o nuevos horizontes aparecen. A veces nos sale bien, a veces mal, a veces muy mal. A veces, estamos felices, a veces conformes y a veces enojados.

Esta manera de gestionar trae sus dificultades y la necesidad de prestar atención a algunas tensiones. Dentro del grupo hay ritmos de trabajo diferentes, los que están desde hace más tiempo tienen, a veces, más elementos para resolver las cosas más rápido que otros. Cuando corren, quieren que todos corran. Uno de los riesgos al abrir un proceso de participación es no respetar el tiempo de ese proceso y querer acelerar las discusiones de individuos y colectivos. Acelerarlos para crecer más rápido. Pero esa voluntad puede generar movimientos expulsivos, demasiada presión o que algunos sientan que no están a la altura de las circunstancias y desistan. Un proyecto de estas características tiene que ser capaz de articular heterogeneidades sin anularlas, de sumar y no de igualar, de encontrar espacios para que la participación y la responsabilidad puedan desarrollarse de maneras diferentes de acuerdo a las necesidades y los deseos tanto de La Tribu como de cada una y cada uno de sus integrantes.

“Lo que construimos para nuestra propia convivencia es lo que queremos para la sociedad” decía un compañero de una radio chilena y decimos nosotros cada vez que tenemos que pensarnos. En este sentido, “la organización” no es una herramienta, “la organización” es nuestro presente, es el marco en el que vivimos La Tribu todos los días. La no-división entre las instancias de decisión y los ámbitos de ejecución es uno de nuestros principales esfuerzos en lo que a la construcción interna se refiere. Construcción interna que es permanente y que va teniendo un dinamismo paralelo al desarrollo político y comunicacional. Creemos que en todas las dimensiones de un proyecto se da la búsqueda de espacios sociales democráticos, de iguales, de diálogos, de encuentros y de crisis que generan nuevas síntesis.

No nos proponemos hacer de La Tribu una organización democrática por un mandato ideológico, por un “deber ser”, sino por una convicción política, humanista y movilizante. Porque creemos que sólo podremos multiplicar utopías propias, construyendo prácticas sociales propias. Porque creemos que no podremos construir la comunicación que queremos, si nos acostumbramos a nosotros mismos, si no reflexionamos sobre nuestras propias relaciones sociales.

LA TRIBU SIN FIN

Ninguna de estas ideas es una respuesta final. Las reflexiones están antes, durante y después de las prácticas porque no queremos reproducirnos a nosotros mismos. La comunicación alternativa es sus consecuencias. En el camino, entre la lucha y la danza, entre las palabras que denuncian, los cuerpos que se enojan, las risas del aire y los deseos que fuerzan la realidad, nos preguntamos: ¿Qué habrá cambiado? ¿Qué cambiará?

La historia nos muestra que la historia no se termina. Porque mientras persistan las desigualdades materiales y simbólicas, persistirá la insistencia de las resistencias. Porque mientras persista un orden social que pretende que nos acostumbremos a convivir con la injusticia, permanecerán los hombres y las mujeres que gritarán “no”. Un “no” presente en todos los lugares de este mundo, en el micrófono de nuestras radios, en el susurro creciente de las protestas, en la acción alegre de las calles, en las dictaduras, en las democracias, en una pared pintada, en una frecuencia que se hace espacio, en todos los rostros que muestran su enojo contra la injusticia.

Y también un “sí”. Ese que está en todos los cuerpos, las voces, las manos que luchan por una vida justa, por una vida feliz, todos los días, en todos los lugares del mundo, mientras esto escribimos y mientras esto leemos, mientras ahora un programa sale al aire en cada una de nuestras radios, mientras tratamos de hacer del presente lo más parecido a lo que deseamos del futuro. •

Una versión de este artículo integra el libro La práctica inspira: la radio popular y comunitaria frente al nuevo siglo, Quito, AMARC- ALER, 2004.